febrero 27, 2012

Una emoción que suaviza piedras y derrotas

Hace unos días se desató un episodio muy vergonzoso en que un escritor mexicano muy laureado fue señalado de plagio en algunas de sus colaboraciones periodísticas. La cosa escaló a tal, que el escrito renunció al premio y dijo que había cometido un error que no un plagio! El caso dio para dilucidar cómo nos adherimos, copiamos, suscribimos o simplemente nos sentimos identificados con algún texto, con sus ideas y la forma en que son comunicadas en un escrito y, sobre todo, con los riesgos y responsabilidades de hacerlo pretendiéndolo nuestro.

Esto me pasó la semana previa cuando una respetada periodista capitalina (ex de Reforma y ahora en Excélsior) Ivonne Melgar, compartió en su muro de FB, su recuerdo y alegría por el cumpleaños 18 de su hijo. Ella escribió, cito textual:

Fue un gozo nuevo, un sentimiento de plenitud que nada se parece a lo que llamamos triunfo. Pronto lo llevaron a mi abrazo. Lo miré. Martín, su bello Padre, me regaló la decisión de nombrarlo y lo llamamos Santiago. Entonces me miré en esa mirada suya que esta mañana, 18 años después, me hizo recordar aquel íntimo embarque a la maternidad, una emoción incluso hormonal que suaviza piedras y derrotas, un apasionamiento que, hoy me atreví a susurrármelo, no encuentro fina ni lujosamente recreado en el lustroso espejo de la literatura, que mucho sabe de amores y renuncias. Y es que éste, el de la madre y el hijo idolatrado, es un amor de entrega a secas, sin fugas ni reparos. Es un oleaje, un remar, un viaje, una ida y vuelta en el ser y en el vivir.


Su párrafo me encantó no únicamente por la feliz coincidencia de que mi hijo también se llama Santiago, sino por el paralelismo que antes me había construido a la maternidad como un viaje y que incluso supuso la mutación de este blog en uno de ideas varias a otro enfocado en las paradas de la gestación y crianza.
Además está esa sensación compartida de gozo, de plenitud, que bien dice Ivonne “en nada se parece al triunfo”, pero que paradójicamente, yo agregaría, nos acerca a la convicción de que lo mejor que has hecho en la vida, o lo que mejor te ha salido de todos tus proyectos, es tu hijo.
Luego está lo de “una emoción hormonal que suaviza piedras y derrotas”, creo que me lo he dicho cuando siento que mi hijo me apaciguó el alma y logra por temporadas que mi expresión sea menos rígida y mi ceño menos fruncido. En fin, el apasionamiento, el hijo idolatrado, el amor sin fugas ni reparos…., ése que hace sentirme incompleta y triste si pasa un día en que no logre acariciarlo, jugar con su sonrisa o, al menos, verlo dormir.

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