febrero 20, 2011

Partida, en todos sentidos

Llegué muy tranquis a Bogotá. Desde mi salida de madrugada de León al DF todo había salido con puntualidad. Me alcanzó a conocer a la Sóle, presentarle mis cariños, luego ir a buscar un domicilio sobre División del norte rodeando por Miguel Angel de Quevedo. Regresé por mi equipaje. Subí y bajé escaleras con maleta de rueditas en tres conexiones de metro y estuve puntual a documentar el vuelo a Colombia.
Ya en el país de la canela, los agentes migratorios fueron amables y no me tocó ninguna revisión ni objeción a mis pertenencias. El chofer del taxi era la antítesis de un taxista: tartamudeaba y cero platicador, pero su gps rústico le funcionaba ok y me entregó en el hostal convenido.
Me instalo y espero conectarme con mis amores. Andan fuera, espero. Luego ya no sé si esperar y salgo a comprarme la cena. Carulla es como un superama que abre 24 horas. En eso, los míos se conectan y me esperan.
Cuando por fin nos enlazamos por skype, Santi ya está “durmiendo” según el reporte paterno pues tuvo un día muy movido, jugó hasta agotarse y al volver a casa llegó dormido… pero yo alcanzo a escuchar los berridos. Santi suena muy alterado para estar dormido.
Aquí se me rompen todas las ganas de estar en Colombia. Siento impotencia para ayudar a mi bb a tranquilizarse, me pregunto cuándo se me ocurrió dejarlo por más de cinco noches. Si ahora mismo pudiera, tomaría el vuelo de regreso y le pediría perdón a esa parte de mi corazón que dejé en otro lado.
Pero no puedo y la cosa se complica cuando le ponen mi imagen en video-llamada. Él me quiere tocar y yo también. Él llora y yo, por dentro, también.
Colgar, ya vamos a colgar. Colgamos.
Luego cada quien por lado, con sus armas, tratamos de dormir.
Lo bueno es que, casi siempre, la noche vence nuestras tristezas, noquea nuestras desolaciones y nos permite amanecer a un nuevo día, mi segundo día en Bogotá.
Aquí sigo.

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