UNA
Salgo de la estación del metro Tacubaya. La zona vive la saturación habitual de comerciantes “irregulares”. Decirles ambulantes sería totalmente incorrecto y llamarlos semifijos, impreciso. Por que ellos con sus puestos no caminan (no deambulan) y siempre están ahí. Ahí hacen sus sagrados tres alimentos al día, ven tele, comadrean, juegan con sus hijos.
Para una pueblerina como yo, salir de los metros y encontrarme con esta escena me provoca rabia y angustia. Lo primero porque creo que hay pocas cosas que lastimen más a estas ciudad que la presencia de estos comerciantes "irregulares" everywhere. Lo segundo porque es casi imposible ubicarse entre el revoltijo de puestos, donde había plazoletas ahora hay “calles” de comerciantes; dónde hubo banquetas ahora hay pasadizos de los que uno teme salir al lugar o dirección equivocada… o no salir nunca.
En Tacubaya me pasa eso, obviamente. Pero a fuerza de recorrerla varias veces y de forzarme a memorizar por cuáles atajos de puestos hay que caminar para llegar a los autobuses que usualmente tomo, los que suben a Santa Fe, he llegado a sentirme más en control.
DOS
Abordo el autobús verde que va a la Ibero. Como ya es de noche, adentro de la unidad se viaja a oscuras, apenas con una luz neon azul para que el chofer y su acompañante reciban los pasajes. Pago 3.50 pesos pero el camión ya va lleno. Aunque apenas ha salido de su base en Tacubaya, a estas horas los pasajeros prefieren esperar varias corridas con tal de que les toque sentados. Como para la mayoría no será el último transporte que los lleve a sus casas, y ya se lleva una jornada a cuestas, es muy sensato esperar para viajar sentados.
Yo también llevo una jornada a cuestas y lo peor, una maleta que pesa casi 10 kilos. Así voy a viajar durante 50 minutos una distancia de menos de 10 kilómetros.
El autobús es robusto y tiene una potencia de arranque y frenado como de hummer. Para los que vamos de pie, dos manos no parecen suficientes para guardar el equilibrio y no caer sobre los pasajeros sentados, en algunos de los enfrenones.
Como la oscuridad lo permite y el cansancio lo demanda, los viajeros dormitan un rato. Pero el chofer trae otro ánimo: nostalgia por el amor o el recuerdo por la mujer perdida, lo invaden. A 31 decibeles (lo sé porque a ese volumen mi hermano tocaba su estéreo cuando adolescente) va tocando los éxitos de Ana Gabriel y Maricela. “Ahora piensas marcharte, pues tú lo desiste, yo comprendo y me alejooooo no sin antes decirteeeeee: que el tiempo que duró nuestro amor…”. La potencia de reproducción del autobús la hacen tres pares de bocinas Sony Xplod repartidas a lo largo de la unidad.
La música despierta a algunos de los que van sentados y a los parados nos atonta. Tanto que se hace un tapón en la parte primera del bus. El chofer se enoja y empieza a gritar. Como nadie reacciona, entiende que hay que bajar el volumen y dar las instrucciones: “Si le van pasando por en medio señores por favor, allá atrás hay lugar”.
De inmediato volvemos a los 31 decibeles y a los arrancones-enfrenones. Maricela, aquella cantante de los ochenta, suelta sus alaridos: “Enamorada y heridaaaaa…..”
3 comentarios:
Ves te digo, deberias escribir para un periódico, por otro lado, la ciudad de México puede ser tan padre como terrible. La verdad a mi no me gustaría vivir en ella.
Claudio Jorge
Tu narrativa es increíble, me encantó. Me puedo imaginar perfectamente la situación y sentirla!. Las ciudades son tan increíbles, que nos cuentan en cada acento los eventos que nos hacen profundamente llorar y libremente reir, en fracciones de segundo.
Ximena
Sara,
Me gusta mucho esa forma de transportar que tienes....concuerdo que deberías escribir en un periódico!!
Me encantó el relato....Y bueno confiezo que me gusta como al chofer aveces escuchar a Ana Gabriel....ja ja ja
Gracias por el viaje a México....Me venía faltando
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