agosto 30, 2010

Volver a dormir

“Duerman mucho ahora porque ya con el niño no volverán a dormir una noche completa”, nos decían por cualquier parte. Ash!
Escuchar esta advertencia para los padres en proceso de serlo me parecía un lugar común; luego que ya nació mi creatura, comprobé que era entre una exageración y un invento.
Me tocó en suerte que mi hijo durmiera a pierna suelta toooda la noche apenas rebasó la semana 10 de vida.
Después de eso, mi regreso a “dormir la noche completa” nunca ha sido interrumpida por la angustia del bebé, la aprehensión por su descanso o cosa parecida. Yo me sigo despertando cuando hace mucho calor, cuando se me ha caído la almohada o cuando preciso de ir al baño por que bebí mucho el día anterior.
Lo que sí no había vuelto a hacer, y me percaté ayer, es dormir una siesta de hora y media durante la tarde. Santi hace sus siestas de máximo una hora y de inmediato, sus cuidadores oficiales emprendemos cosas que no podemos hacer cuando él está despierto, porque entonces precisa de compañía para juegos y guardianes para sus escaladas de riesgo, ésas que implican subir a velocidad las escaleras o trepar a una silla que no tiene respaldo fuerte.
Otras cosas que “se me retiraron” con la maternidad fueron definitivamente las idas al cine y el leer más de veinte páginas de un libro sin interrupción. Antes del bebé, Trk & yo íbamos, por default, dos veces por semana al cine, a veces hasta tres. Lo teníamos incluso programado en nuestro presupuesto familiar pues aunque yo me retuerza de coraje por lo caro que venden las palomitas “los Ramírez de Cinépolis”, para mi marido una ida al cine sin palomitas no es cine.
Lo de leer “de corridito” es cosa aparte. Ya hasta había olvidado que las interrupciones más molestas de una lectura era cuando Trk me cortaba la concentración para preguntarme “¿quieres que te lea este párrafo?” (cuando en su propia lectura salía algo que deseaba compartirme) o cuando debía moverme porque las nalgas se me estaban entumiendo de estar de una sola pieza.
Un abandono un poquito más significativo es el de tener una charla sin interrupciones. Hay que asumir que si está tu hijo en unos quince metros a la redonda, te pones a platicar con alguien y ya no puedes verle a los ojos, ni guardar preguntas para el final (seguro las habrás perdido en la memoria, pues tu mente trabaja en un segundo plano todos los asuntos pendientes del cuidado del bebé), o hacer los revires que antes solías. Ahora, tomar el café con amigos se retira en la agenda y los devaneos sobre el futuro se posponen para un día sin hora.
Yo ya no salgo de un compromiso y me entrego a deambular y detenerme en los aparadores que me llaman la atención. O a caminar por una calle distinta para ver qué me encuentro. Termino una cita y se que debo volver a donde está mi hijo, o que debo ir a hacer la siguiente cosa por cumplir antes de que el encuentro con mi pequeño corazón me expropie las horas que le quedan al día.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo opino (opinaba) lo mismo que tú.
Efectivamente, gracias al uso del monitor, mi sueño nocturno es laaargo y profundo, bien profundo. No puedo quejarme. Mi pequeño compañero, el monitor, me avisará si mi Jas se despierta o necesita algo. En tanto, duermo plácidamente.
Mi compañero de alcoba, mi atinado esposo me hizo caer en la cuenta de que efectivamnete. Olvidémonos para siempre de dormir como antes. Despidámonos de dormir hasta tarde un sàbado o domingo por la mañana. No volverá a passr. Efectivamnete. Estamos condenados a dormir menos. Y se extraña eso, pero no tanto como una tranquila conversación de corrido y una sopa caliente, caliente que me queme el esófago. Ambas cosas han sido expropiadas de mi vida por eso pollito con papas que es mi hija. ¿Qué tengo a cambio? Sus ojotes a dos dedos de mi cara el sábado en la mañana mientras me pregunta: ¿Ya te depetaste mamá?

Anónimo dijo...

El tema me llega...

Yo aún no duermo una noche sin interrupciones. Aún cuando Mateb lo hace, yo despierto como relojito a las 4am (que es cuando más frecuentemente pide de comer) y de ahí, cada hora, pendiente de si va a pedir, o ya se va a seguir de corridito. Tampoco voy al cine, ni al café, acabo clase y salgo derechito al cendi, sin pasar por las exposiciones en el edificio de diseño, sin ir a las conferencias ni a los congresos que me interesan y que no sean sumamente necesarios...

Pero cuando llego por él y está de buenas, se me olvida. Me acuerdo cuando está chillón (ash... me hubiera quedado...), o cuando son las 12 de la noche y el nene no tiene sueño, pero será a lo mucho el 10% de mi tiempo. Quizá por suerte, porque así sigo sin leer, sin dormir y sin hacer, con gusto.

Saramaría Herrerías