septiembre 03, 2007

Cuando llueve en mi ciudad

Amo a mi ciudad, León. La amo y siempre que estoy fuera, de mente o cuerpo, o ambas, quiero regresar a ella: a trabajar por ella, a vivir en ella, a transcurrir y ver crecer aquí a mis hijos.
Pero en días como hoy, la odio. O mejor dicho, odio a las gentes que le han hecho volverse tan desastrosa en días lluviosos.
De pequeña mis tías eran de la idea de que con lluvia no se sale a la calle. Que en época de aguas poco hay que hacer fuera de casa, para acabar pronto, que el agua del cielo es sinónimo de fin de cualquier actividad cotidiana fuera del hogar.
Siempre critiqué eso. Se me hacía típico de un provincianismo que contradecía mi aspiración metropolitana cultivada tempranamente en el rincón de la provincia que en efecto, es León.
Pero aquí tengo a la ciudad empeñada en contradecirme y validar esas ideas de mis tías que tan shokeantes (chocantes) me resultan.
Son las 8:45 de la noche y acabo de regresar “de la calle”. A las 8 p.m. salí en coche decidida a visitar a mi madre, a saludar a una pariente que está por iniciar un viaje a tierra santa, a llevar una ropa a una prima, a hacer unas compras al supermercado. Es decir, a hacer cosas que uno hace en su ciudad amada.
Ya llovía cuando muy bañada y arreglada tomé el auto y me enfilé. Puse el ipod para ir cantando bajo la lluvia. Iba muy contenta. Llamé a mi madre para avisarle que estaba en camino.
Primer chubasco. Me advirtió que en el Centro, donde ella vive, la lluvia ya había inundado las calles y el agua estaba “de lado a lado”, es decir, de calle a calle y las banquetas ya no se distinguían. Ella había llegado de casa de mis tías, distante a unas 3 cuadras, 7 minutos caminando, y había regresado hecha una sopa, el agua subió sobre sus tobillos, sin llegar a las rodillas.
Pensé que eran exageraciones que sirven para validar la idea provinciana que ya he explicado en que milita mi parentela.
Pero no. Apenas llegué al libramiento norte los encharcamientos en esta vialidad de 3-4 carriles por sección, mezclado con la falta de rayas bien marcadas y demás señalamientos obligaban a todos los autos a ir muy lento, temerosos todos de caer en baches que de día son evitables, pero de noche y con lluvia ni siquiera se adivinan mas que cuando uno está ya dentro.
Luego, las obras interminadas del “distribuidor vial” papal (ajá, en León a la magna obra la bautizaron Juan Pablo II en honor de ya saben quien, a ver si eso nos vale una indulgencia) fue otro elemento disuasor para andar en la calle bajo la lluvia. Pero aún no me daba por vencida. Entrar al López Mateos, nuestro glorioso Eje, y pretender dar vuelta a la izquierda, para ir al supermercado, implicaba entrar en una semiglorieta que está al lado de los bomberos. Pero allí ya no era calle sino alberca y casi con olas.
Traté de tomar otra calle, la del costado de la Deportiva Estatal. Igual: inundada de lado a lado.
Hoy leí que el rector de la UNAM alertaba que en México hay muy pocos ingenieros. Una de tantas notas, me dije por la mañana. Pero a estas horas de la noche entendí el lamento de De la Fuente. Y agregué: no solo tenemos pocos, sino han de ser muy malos, pues al menos los que han construido y pavimentado a León, mi ciudad, lo han hecho pésimo. Ninguna calle, ni ancha ni angosta, ni nueva ni vieja, ni empedrada ni pavimentada, ninguna pues, desagua correctamente, y eso que la lluvia que caía no era precisamente tormenta, era intensa, pero fina. No, no era un chubasco.
Así decidí que no había que tentar a dios de paciencia y busqué regresar a casa. Consumidos 45 minutos en no más de 3 kilómetros a la redonda y por todos lados la incertidumbre de circular. Claro, no únicamente para los que vamos en auto. Los peatones esperando la ola de agua puerca que obligadamente los coches les salpican al pasar, los usuarios del transporte público esperando infructuosamente en las paradas, los ciclistas circulando por las inexistentes o borradas ciclovías.
Ya nomás me faltaba ver lo que ví en el último tramo hacia mi casa (que no es la primera vez que lo veo, pero sí la primera que lo escribo), para que mi amor por mi ciudad tornara en tristeza, coraje, desesperación. Vivo por donde hay un arroyo que el gobierno se empeñó en “canalizar”, construyendo una “cubeta” cuya capacidad de construcción sobrepasa, según los cálculos técnicos, en varias veces la cantidad de agua que hasta la más copiosa tormenta obligaría a cargar. Esta obra se hizo hace cosa de un año. Se invirtieron más de 20 millones de pesos e incluyó también el empedrado del “segundo cuerpo de la vialidad”, es decir una calle de dos carriles para los autos.
Supuestamente con esta obra no habría prácticamente nunca problemas de inundación sobre este arroyo. Los funcionarios de obras públicas llegaron a decir (en las juntas con los vecinos que nos oponíamos a esa obra) que los cálculos era por sobre la norma, “calculado a mil años”.
Pero en mucho menos tiempo que mil años aquí está la genialidad. Ahora el agua de lluvia corre por la vialidad, porque las bajadas hacia el cauce construido y revestido del arroyo no son suficientes ni están en los puntos necesarios y los que existen se llenan de piedras y tierra que los tapan con el mismo azolve de la vialidad. ¿Qué ganamos con esta obra? ¿Quién ganó con su construcción? Si todas las obras sobre o entorno a los arroyos, los cuales son el fundamento de cualquier sistema de drenaje pluvial natural, se han hecho en León con los cálculos y la visión que este que está cerca de mi casa (o con otros peores!), no hay que buscar mucho las razones por las que nuestra ciudad, mi querido León, es un desastre cada que llueve poco o mucho, fuerte o chipi-chipi. Siempre es igual…. Pero, ¿hasta cuándo lo será?

3 comentarios:

Pillo dijo...

Pues primero que nada bienvenida a la Blogosfera..tendrás un espacio en mi bló para que no solo yo te pueda disfrutar..Virginia Woolf decía que era indispensable tener un diario donde escribir hasta la más triviales de las cosas..yo creo que en la vida nada es trivial..y además esto del bló satisface mi infinita curiosidad tipo Susanita de leer la vida de los demás...te abrazo desde aquí..yo tambien odio mi ciudad cuando llueve y cuando hay expo frente a mi casa...besos muchos amiga querida...

Bumblebee

Anónimo dijo...

Qué bien que hagas esto, tienes mucho que decirnos y me encanta leerte.
Anoche me acordé de tí: llovió, sí que llovió. Yo no soy de León amiga, pero igual quiero a esta ciudad y me sentí contenta de no ver ninguna inundación en Paseo del Moral y Blvd Campestre, que hace un par de años eran literalmente intransitables en un día lluvioso. Sara, no me duró mucho el gusto, tres minutos después estaba yo prendida con las uñas al volante, nerviosa y con los ojos a toda su capacidad abiertos porque en las calles aledañas a Plaza Mayor sí que se podía remar...ni hablar, tienes razón, aunque hay buenas condiciones en ciertas zonas falta aún mucho por mejorar.

Anónimo dijo...

Ni qué decir, mi vida... ni qué decir. Y no sólo por tus crónicas pasadas por agua, sino porque ya tienes un espacio donde escribir (y hacer que la tormenta que te atormenta sea de letras que sigan adornando la floresta de tu testa). Creo que algún día me animaré a volverme bloguero... tal vez.

Gracias por tus palabras.

Tu Mareado