Hemos vuelto de París sin novedades en el frente, es decir en la panza.
La verdad, antes de irnos, digamos desde que andábamos comprando los boletos de avión a finales del año pasado, tenía temor de hacer este viaje. Como en el embarazo cada día puede ser diferente al anterior y la buena salud y estado pueden cambiar en unas horas, sumado a mi “natural” percepción catastrofista del futuro, pensaba que me podía dar una infección y no hallaría cómo comprarme medicinas o cómo explicar en otro idioma mis dolencias; que en el aeropuerto me confiscarían mis vitaminas cotidianas; que en un enfrenón inesperado de uno de los aviones el cinturón de seguridad estrangularía al bebé; o que de buenas a primeras estando en París me darían contracciones y que al llevarme a un hospital -donde la cuenta saldría carísima- terminarían por decirme que debía guardar reposo hasta el parto, cosas así.
Pero nada de esto paso. Las piernas apenas se me hincharon durante los vuelos, el cambio de comida no me trastornó la digestión y en los pasos aduanales y migratorios lo menos sospechoso fue mi maletín de medicamentos. Si acaso podemos llamar complicación fue el tener que encontrar un baño cada rato así anduviéramos en los Campos Elíseos o en un paso en barco por el Sena.
En cambio, la creatura se dio otro estironcito (ahora ya es inevitable que se me note la panza de embarazada) y entró en su etapa de franca movilidad.
Desde el inicio del embarazo “la gente” ha insistido en preguntarme ¿ya se mueve el bebé? Yo siempre ponía cara “¿de qué me hablan Willis?” porque, en realidad, fue hasta el primer martes en París que yo pude distinguir un movimiento. Antes los había visto en el ultrasonido pero sentirlos, francamente no. Incluso no podía describirlos y seguramente los confundía con los latidos o bombeo de ciertas venas que cruzan la panza.
Pero ahora no hay duda, el inquilino va a ser un andarín. En los despegues y aterrizajes, en esos momentos breves en que el avión vence la gravedad y se separa de la tierra, Caminito daba su propio salto. Esto cambió respecto a otros viajes que he hecho, pues a mi siempre me hacía ilusión irme asomando a la ventana del avión en esos momentos, pero ahora me concentraba en sentir lo que pasaba dentro de mi.
Fueron unas lindas vacaciones. Terminé la novela que me llevé de lectura y tuvimos muchas oportunidades de hacer cosas de turistas y vida de locales.
El viaje fue hacia dentro y hacia fuera.... y ya estamos de vuelta para contarlo.
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